Son las 11 de la noche y estoy por tomar el bus que me lleva a Santiago de Chile. Hace dos años que vivo al sur de este país y este viaje forma parte de un desenlace importante. Tengo todo calculado, el bus que se dirige a Viña del Mar estará estacionado en la terminal de Santiago de Chile cerca de las 6 de la mañana, tiempo más que suficiente para tomar un taxi al aeropuerto y embarcar a las 12 del medio día rumbo a Tucumán.
En estos años mi visita a Argentina solían ser cortas, básicamente para visitar a la familia y darme con el gusto (y la razón) de sentir que haber vendido todo y emprender una aventura fuera del país era lo mejor que había hecho.
Pero esta visita era diferente, tenía otro motivo y solo pensarlo me ponía nerviosa.
El coche cama parte desde la ciudad de Concepción sin inconvenientes, el estrés previo al viaje me permitió un sueño profundo hasta llegar a Santiago de Chile.
Era de noche y el silencio invadía la solitaria terminal Alameda. Apenas algún que otro vendedor ambulante se disponía en su lugar estratégico donde desplegará lo que debió hornear durante la noche. Pensé, qué bien me vendría un buen café en este momento para despejar el sueño que me persigue mientras camino arrastrando con poca fuerza mi equipaje. Pero ese café no fue necesario para echar a un lado la nube blanca sobre mi cabeza y sentir rápidamente los efectos de la adrenalina invadiendo mi cuerpo. En ese instante un recuerdo fugaz penetró en mi cabeza convirtiendo mis pupilas en enormes ojos de lechuza sintiendo un calor profundo recorrer cada terminal nerviosa de mi cuerpo mientras mis vellos se elevaban más de lo normal, como electrizados.
Alguna vez les ha pasado de recordar algo inesperadamente y salir a toda velocidad para intentar solucionarlo? si es que no es demasiado tarde. Alguien ha puesto a prueba el cortisol para ver que tanto nos sirve en situaciones de estrés? Pues yo lo estaba experimentando en ese momento. Noooo…! grito desesperadamente.
Tomo fuerte mi carrion con una mano, con la otra la campera, me acomodo la mochila y empiezo una carrera de fondo. La maratón de mi vida. Corro a pura velocidad los casi 50 metros de distancia que parecen eternos hacia la plataforma que me había depositado junto a otros pasajeros apenas cinco minutos atrás.. Busco por todos lados el bus, doy vueltas a un lado y al otro, sobre mi eje. Busco la salida de vehículos y corro hacia allí sin aliento. Paro, descanso agitada y pienso que nada hay por hacer.
Vuelvo a la plataforma y me dirijo hacia la ventanilla de la empresa de transporte Tur Bus, le pregunto al vendedor que estaba tan adormecido como cuando llegué. Recostado sobre un escritorio sucio, con restos de pan y una taza vacía que dejaba ver un saquito de té viejo. Sobre su cabeza la nube blanca tenía muchos dibujos. Sueño profundo pensé.
– Señor buen día – lo desperté- ¿ El coche cama que recién llegó de Concepción, a dónde se fue, cuál es la próxima parada?. Salta de un brinco asustado por mi interrupción y me pide que repita la consulta. Luego busca en el sistema de la computadora y me dice que como se dirigía a Viña del Mar posiblemente ya esté en ruta o bien podría intentar en el depósito de la empresa donde posiblemente haya hecho una parada técnica allí. Era de noche, muy temprano y desolado. Agarré mi celular y pedí un Uber rápidamente, llegamos al lugar que me habían indicado, le pido al Uber que me espere y me acerco. Una persona, quien estaría de guardia, me pregunta asombrado:
– ¿Qué hace aquí señorita?
– Buen día, quisiera saber si el coche cama que se dirige a Viña del Mar ingresó recién aquí. Es el de las 23 hs que partió desde Concepción con destino final a Viña del Mar.
– Mmmm.. no creo. Recién ingresó una unidad pero me parece que venía de otra ciudad.
– ¿Puedo ver? – insistí- Necesito encontrar el coche que me trajo.
– Si claro, adelante.
Caminé entre los gigantes estacionados, buscaba el coche Número 54 estampado en la trompa. Mi corazón quería desprenderse de mi ser, cada latido retumbaba en mis oídos, tenía la boca seca y mis nervios iban en aumento. Estaba sola y a oscuras rogando al cielo y los santos evangelios por dos cosas, encontrar el bus y que el Uber no se vaya con mis cosas. Al menos que él se apiade.
Camino bastante deseando que mis predicaciones tengan su fruto pero nada.
Imposible no está, ya se fue. Lo perdí.
Vuelvo al Uber, le pido que me lleve directo al aeropuerto. Enojada, furiosa conmigo misma, diciendo todas las palabrotas que se le ocurre a uno en momentos así. No podía creer que me había olvidado la cartera en el bus. Tenía que embarcar para volver a mi país sin mi billetera, documentos de Chile y Argentina, tarjetas de crédito de ambos bancos, un escaso dinero y mi carnet de conducir. Lamentos y más lamentos junto a palabrotas que veía flotar en el aire. Enojada con el mundo parecía un perro con rabia.
Era una cartera de cuero artesanal, chiquita, cuadrada de color naranja que cerraba con un herraje muy delicado. La recuerdo y me duele. La había comprado en uno de esos típicos puestos callejeros que decoran las calles de Florencia en Italia. Era preciosa, al menos para mí por todo los recuerdo que guardaba de la ciudad ya que se había convertido en mi lugar preferido. Qué odio tenía. Recordé que en el bus quise ponerme cómoda y con el cinturón de seguridad puesto me saqué la cartera que llevaba cruzada y la apoyé en el asiento de al lado para cubrirme con la manta oscura que te entregan para esos viajes. Y al bajarme del bus quedó tapada por la misma y no la vi ni la recordé, del sueño que tenía.
Pero claro, me había salvado el celular porque lo tenía en el bolsillo de la campera, mi aliado favorito. Por eso pude pedir el Uber, por eso pude pagar con transferencia (luego en el aeropuerto) el desayuno. Por suerte en un apartado especial de mi mochila había guardado el pasaporte argentino y el italiano que justamente había renovado meses atrás en Roma, donde recordé haber pasado por el mismo escalofrío. ¿Cómo puede ser que me pase lo mismo? ¿Cómo puedo estar tan distraída y olvidarme de las cosas? ¿Por qué me pasan estas cosas? Estos achaques y otros más me acompañaron durante el recorrido hasta el aeropuerto.
Lo malo de estas experiencias en solitario es que no hay nadie alrededor a quien echarle la culpa como para aliviar la carga. Más bronca. Y para sumarle más dramatismo empecé a recordar aquel episodio del Aeropuerto de Roma. Parecía un dejá vu.
Los seres humanos somos así, nos gusta meter el dedo en la llaga y gozar de cierto masoquismo.
Pero esta historia se las cuento después….